Publicado el 8 de abril de 2010 en El Universal
Lo escribo tal cual sucedió: la noche del jueves 25 de marzo leí el mail de auxilio para Paulette. Me lo envió la mamá de una compañera de escuela de mi hijo, que a su vez fue compañera de Lisette Farah en el Colegio Oxford. Ofrecí ayudar a encontrarla, conmovida por la historia.
Lisette Farah aceptó la entrevista de inmediato: al siguiente día nos presentamos en su “casa-departamento”, a las dos de la tarde.
En el hogar de Paulette había mucha gente: las abuelas en la cocina con expresión de angustia. La hermana de Lisette, absolutamente demacrada, ojerosa y seria. Dos amigas muy activas frente a las computadoras, pendientes de la campaña que habían lanzado para localizar a la niña. En la sala estaban sentados otros familiares. Personal de la Procuraduría del estado de México entraba y salía; aquello era un bullicio. El comedor se había convertido en una especie de centro de mando en donde Lisette Farah estaba al tanto de cualquier noticia. A un lado, un improvisado santuario con una virgen, velas prendidas, fotos y oraciones.
En cuanto conocí a Lisette Farah, le pedí que llamara a su esposo para platicar con ellos antes de iniciar la entrevista. El esposo llegó; les expliqué que la grabaríamos en la habitación de Paulette, que era necesario sensibilizar al público, conocer a Paulette a través de sus juguetes, sus trabajos de escuela; en fin, su espacio de vida. Es triste estar en la habitación de una niña desaparecida, parece una intromisión, pero es una de esas situaciones en las que el morbo que genera ese tipo de imágenes puede servir para bien; en este caso, hallar a Paulette.
Mauricio Gebara me preguntó que si la entrevista sería con los dos: ellos, el padre y la madre. Le contesté afirmativamente y cito textual su respuesta: “¡Yo no… mi imagen… yo ando mucho en la calle… yo no!”. Lisette Farah se le quedó viendo perpleja; Gebara se retiró. Con gran determinación, la madre de la niña me dijo: “No importa, estoy dispuesta a hacer lo que sea para encontrar a mi hija. Como tú digas hacemos la entrevista”.
La actitud de Mauricio Gebara me pareció inexplicable. Después aceptó una entrevista con Joaquín López-Dóriga, vía teléfónica.
Dentro de la habitación
Entramos a la recámara de Paulette: bonita, dulce, en tonos claros. Su clóset ordenado, con mucha ropa, zapatos, accesorios. Su baño bien arreglado. La cama era de tamaño matrimonial, alta, con varias almohadas. Se notaba que la mamá se había esforzado por crear un bello ambiente para su hija.
Obviamente no registré la habitación, pero me consta que el cuerpo de Paulette no estaba en dos lugares: entre el colchón y la base de madera, ni al pie de la cama donde finalmente apareció. Paulette medía un metro y pesaba 15 kilos; en la primera posición un bulto habría sido evidente, y en la segunda quedaría expuesta a simple vista. No percibí algún olor extraño, simplemente no olía a nada. De las pijamas… no podría afirmar ni negar que estuvieran ahí, no lo recuerdo.
Lisette Farah y yo nos sentamos sobre la cama. Una cama nueva que Paulette apenas había estrenado. Ella se dio cuenta de que había una mancha grisácea en el centro de la cobija: una mancha circular, aunque irregular, del tamaño de mi mano, como de tierra seca. Cito textual la expresión de Lisette Farah: “¿Y esta mancha?, ¡no la habíamos visto!”; colocó encima un gato blanco de peluche y procedimos a hacer la entrevista que transcribo a continuación. Era el 26 de marzo, Paulette llevaba cinco días desaparecida. No soy experta en lenguaje corporal; tampoco conozco a Lisette Farah en lo personal, pero me pareció una madre angustiada, desesperada y al mismo tiempo fuerte y esperanzada en que su hija aparecería… viva.
Después de escuchar el relato de Lisette, quedé sorprendida de la actuación de la Procuraduría. Era evidente que la recámara y en sí toda la casa habían sido el escenario, por lo menos, de un delito. Sin embargo, el lugar no estaba sellado; por el contrario, una multitud entraba y salía de todas las habitaciones. Los elementos de procuración de justicia parecían “cuates” con buenas intenciones, no una autoridad que busca preservar la integridad física de una menor. Lisette Farah comentó en privado que tenía mucha confianza en que la Procuraduría los ayudaría porque el señor Bazbaz había estado ahí “muy pendiente del asunto”.
Esperemos que no crucifiquen a “chivos expiatorios” en la urgencia de resolver un caso que puede afectar la imagen de un aspirante a la candidatura presidencial.
Así sucedió con Samuel del Villar y ya sabemos cómo acabó la historia.