Fui invitada a dar una conferencia sobre los riesgos de los periodistas mexicanos en el Salón Mundial de la Cancillería Alemana, en Berlín.
Era la única reportera de América entre 45 periodistas de todo el mundo.
En realidad, todos ellos eran corresponsales de guerra, excepto yo, razón por la cual mostraron más interés en México después de escuchar mi brutal testimonio sobre el atentado en un país que no estaba en guerra; fue la época en que México empezó a destacar por ser unos de los lugares más peligrosos para ejercer el periodismo.
Dí mi testimonio ante representantes de la ONU, la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) y el Consejo Europeo; ahí recibí el apoyo y solidaridad de dichos organismos que se comprometieron a vigilar y denunciar internacionalmente las agresiones a periodistas en México.
El gobierno de Alemania y la Organización Reporteros Sin Fronteras de Francia me ofrecieron asilo para quedarme a vivir en Berlín o en Paris a fin de salvaguardar mi vida.
No acepté y preferí regresar a México para seguir denunciando el abuso de poder, la impunidad y la falta de Estado de Derecho.